miércoles, 22 de mayo de 2019

El eterno crush de la Regia


Esperaba sentada en una caliente e insípida banca de concreto, con el sol del poniente abrazando mi espalda y besando mi cabeza. De mi lado derecho la banca se extendía un metro más, sobre un piso polvoriento de piedra laja color rojo, circundado por un piso de concreto reticulado. A mi lado izquierdo, el mismo piso, formaba un medio circulo, en el que se enfilaban seis bancas intercaladas con cinco estériles arbolitos. El bochorno era intenso, y el calor que emanaban los techos de policarbonato traslucido, soportados por un pergolado de madera color maple, que cubría todas las bancas, era irritable. 

Un par de horas atrás, al salir de la regadera, cubrí mi friolento cuerpo con una bata de algodón blanco, pues mi piel se erizaba con cada gota de agua que se deslizaba por mis brazos, piernas y espalda. Me unté la crema con olor a rosas y sentía como se entibiaba poco a poco mi cuerpo; y ahora, que trato de cubrirme del sol lacerante y el ambiente árido, me arrepiento de embadurnarme con tan pesado afeite. Estos días, el cielo se ha pintado de cobrizo y se enturbiaba por gigantes nubes cargadas de ceniza. Salir de casa se había convertido en un riesgo a la salud, que sólo algunos hemos querido correr.

Yo, permanecía sentada, sosteniendo un libro con mis pequeñas y resecas manos, cuando sentí, cómo un par de gotitas saladas, brotaban de mi nuca, se deslizaban por mi cuello y entraban a mi blusa. Las osadas gotillas, lograron escabullirse en el 63% de viscosa y el 37% de nailon de mi “KNIT”, cerúleo y azafrán, aprovechando la senda hundida que divide mi espalda, tupida como la piel del durazno, hasta llegar a la hendidura que se forma en mi cintura. ¡Vaya que podía sentir más de veintisiete grados en el ambiente! 

Mi pensamiento estaba abstraído por las últimas palabras que había leído “Hay amores… amores insatisfechos,… amores incultos,… amores insensibles…”, cuando un viento, ligero y cálido, sopló alrededor mío, cercando el espacio de la banca, desde el piso de piedra roja hasta el techo traslucido de policarbonato, de un aura impregnada con un fino polvo color ocre. El texto en mis manos, mi cara y mis ojos, se llenaron de tierra, y mi nariz y garganta, se asfixiaban con aquel soplido contaminado.  

Urgentemente, llevé mis manos polvosas a mis ojos, porque, por más que intentaba limpiarlos con el parpadeo incesante, no lograba recuperar por completo la visibilidad;  aquel polvo me había enclavado en una terrible nebulosidad. Frotaba y frotaba, sin poder recuperar la visión por completo, cuando entre sombras débiles, entre luz y obscuridad, reconocí tu figura, tu caminar y tu manotear; aún entre penumbras pude distinguir tu apariencia, tu porte y tu compostura. 

Fue entonces que mi joven interior, comenzó a palpitar más rápido, tan rápido que mi pensamiento fantaseaba con aquello que leí en algún lugar y en algún momento: el “latido del corazón de un colibrí puede alcanzar un máximo de alrededor de 1200 latidos por minuto”. Supongo que así se siente un infarto, un dolor intenso en el tórax, pero éste, era ese dolor indescriptible que te hace hormiguear los brazos, la espalda, las piernas y el estómago; sudoración excesiva, dificultad para respirar; un anhelo intenso que te vuelve capaz de imaginar que en cualquier momento escupirás de tus entrañas, un corazón acelerado.

Pestañeaba al compás de tu andar. 1, 2, 3, 1, 2, 3… Hasta que por fin, recobré por completo la visibilidad. ¡Pero que estampa aquella con la que me tope, cuando por fin pude abrir los ojos! De pronto me encontraba sentada en otro lugar, con otra ropa, rodeada de otras personas y otros objetos. Todo estaba tan distinto. Yo estaba sentada en un gran mesa circular, cubierta por un hermoso mantel calado, entre rosa viejo y oro los hilos del mantel formaban una precioso buqué de flores, unidas por el zig zag que recorría todo el borde del mantel. 

Al centro una pequeña lamparilla iluminaba la mesa, tenía la forma de una pequeña columna cuadrada, entablerada por tres cuerpos; esta pequeña, sostenía una pantalla beige, un poco traslúcida, que le permitía trasmitir una luz cálida, la que a su vez a través del cristal cortado de las tres copas (agua, vino blanco y vino rojo), coloreaba con motitas de colores el conjunto de cucharas, tenedores y cuchillos de plata, así como la cerámica y el plaqué de la loza.

Ahí estaba yo, sentada en la obscuridad, en mesa elegantemente adornada, en el centro de lo que parecía un salón de baile; rodeada de un centenar de mesas, escasamente iluminadas, y de un montón de sombras que hablaban entre sí, bebían, comían y caminaban por todo el lugar. Todas estas mesas parecían cercadas por una arcada simple, compuesta por una docena arcos de medio punto, claves, dovelas y estribos; soportada por pilares entablerados en una sola pieza y adornados con pequeños mascarones en la parte más alta. Esta arcada parecía ser el basamento de un segundo piso repleto de balcones de palcos y galerías, adornados con bellas molduras en pan de oro.

Pasmada por la belleza, seguí recorriendo el lugar con mis ojos; hasta el momento en que una intensa luz, ilumino el movimiento de una suave cortina de terciopelo roja que se baría para descubrir un gran escenario iluminado. Al mismo tiempo que se habría aquella cortina, comenzó a sonar las cuerdas de un contrabajo, ding, ding, ding, ding… para un par de segundos después acompañarse de una voz que cantaba:

No one here can love or understand me
Oh, what hard luck stories they all hand me
Pack up all my cares and woe, here I go, winging low
Bye, bye, blackbird…

Si, era Nick Lucas (1897-1982) cantando un clásico del jazz. Y no podía dejar de preguntarme ¿cómo había terminado ahí?, en este salón de baile estilo art decó y con un cantante que había muerto antes de que yo naciera. Fue en ese recordé que te esperaba levanté mi mirada y ahí estabas a menos de cinco metros de mi, pero te veías y vestías diferente. Sombrero negro, de fieltro italiano, decorado con una grueso listón de tafetán estriado; traje gris pizarra de cachemir: chaqueta de solapas anchas, bolsillos amplios y cuadrados, grande hombreras y cintura ceñida, que acentuaba tu figura en V; chaleco sin cuello, sujeto con seis botones y decorado con dos solapas de bolsillos; camisa blanca, corbata ancha y nudo delgado, pantalón plisado con dobladillo a la valenciana, para enfatizar tus piernas largas. Por último, y para perfeccionar el “Gangster Wear”, unos zapatos Oxford color café, con detalles de punzones y punto larga.

Me apresuré a arreglar mi outfit, imaginaba que aún vestía mis jeans claros, mi blusa cerúleo y azafrán, y mis tenis blancos “enmugresidos”. Pero fue sublime mi asombro, cuando me percate, que yo también vestía diferente y seguramente me veía diferente. Intenté mirar abajo pero me topé con mis manos. No reconocía el color rojo en mi uñas ni la joyería tan brillante y fina que llevaba en mis dedos y en mi muñeca. Recorrí con las puntas de los dedos mis brazos y no podía creer la suavidad de mi piel, mis ojos estaban atónitos por lo pálido del color, tal parecía que nunca me había asoleado.

Where somebody waits for me
Sugar's sweet, so is she
Bye, bye, blackbird

Con un reojo, mi atención fue atrapada por un holán que caía de mi hombro. Sorprendida, llevé de inmediato, mis manos y mirada a mi pecho. Usaba un hermoso vestido rojo carmesí, de una fina seda que resplandecía con la lamparilla de la mesa. Mi pecho lucía un hermoso atado, que replegaba la seda al centro y se desvanecía poco a poco hasta llegar a los costados del torso, y a la parte más alta de los hombros, donde un pequeño lazo sostenía dos delgados holánes, que al caer al frente y atrás, se unían por debajo de los brazos. 

Al ver que estabas a menos de dos metros de mi, aún asombrada, me levante rápidamente de mi lugar, que ahora era una silla de madera de nogal, y vi como del asiento cayó delicadamente la cola de mi vestido, la cual evidenció que mi espalda estaba descubierta, pues los holánes y tirante sólo la cubrían de la cintura hacía abajo. Cada vez estabas más cerca, yo quería gritar para despertarme del sueño, si es que estaba en uno, o para preguntarte que sucedía. Pero en cuanto llegaste, me invitaste a sentarme, tomaste asiento, te quitaste el sombrero y comenzaste a hablar. En verdad no podía creer que hablaras y hablaras y no comentaras nada al respecto, yo estas absorta por aquel lugar, por aquella gente y sobre todo por nuestro aspecto. 

No one here can love or understand me
Oh, what hard luck stories they all hand me
Make my bed and light the light, I'll arrive late tonight
Blackbird, bye, bye

Te miré fijamente a los ojos, intentando hablarte, pero sólo conseguí que fijaras tu mirada en mi, y fue entonces, que abriste un poco más los ojos y pude verme a través de tus ojos. Las iris de tus ojos eran de un color verde aceitunado, que se degradaba poco a poco en un café obscuro que llegaba a perderse con tus pupilas. ¡Qué grandes se ven tus pupilas!, pensé. Y fue cuando perdida en esas relucientes y negras circunferencias, pude verme sentada en la banca de concreto, con un libro en mis manos.

Entrecerré mis ojos para visualizar aquella imagen, pero sólo logré que te pusieras nervioso y comenzaras a parpadear. Entre más parpadeabas, más intriga me causaban tus ojos, porque podía vernos como fotografías. Pude verte llegar a la banca, pude verte platicar, pude ver esa danza entre tus manos y las mías para expresarnos y entendernos mejor, pude ver como me mirabas, como jugueteabas y como disfrutabas con sonrisas coquetas cada palabra que te decía. Cada imagen me tranquilizaba más, como si observara un montón de filminas de una película, que reconfortaba la incertidumbre de estar en un lugar desconocido y un tiempo lejano.

Bye, bye, blackbird
Where somebody waits for me
Sugar's sweet, so is she
Bye, bye, blackbird

Un fuerte ruido me estremeció. Parecía como si se hubiera quebrado en pedazos un  cristal. Te pregunté, ¿escuchaste?, inmediatamente me contestaste, no escuche nada. No podía creer que, tan fuerte ruido pasara inadvertido. Seguiste hablando, a pesar que yo me mostraba intranquila, pero en cuanto te veía a los ojos, las imágenes regresaban y me quedaba atrapada en ellas. 

Hasta que por segunda ocasión escuche el mismo ruido, pero ahora más cerca. Te volví a preguntar y nada. Ahora si estaba segura, que no habías escuchado nada, que todo esto sólo lo podía ver y sentir yo. Mi angustia me hizo, de nuevo, fijar mis ojos, en tus pupilas, y fue cuando me di cuenta que, cada fotografía era un espejo, era la misma situación que en este sitio obscuro. Platicabas igual, tus manos se movían igual, me mirabas igual, jugabas igual, y sonreías igual. Parecía como si estuviéramos en un tiempo y en un lugar idealizado.

No one here can love or understand me
Oh what hard luck stories they all hand me
Make my bed and light the light, I'll arrive late tonight
Blackbird, bye, bye

Un tercer ruido me hizo brincar, pues está vez había sentido que aquel sonido me susurraba al oído. Estaba tan cerca que, mi sobresalto, me acercó más a ti. Pero al notar que tu seguías indiferente, intenté tocar tu brazo, pero no pude. Había algo en ti que no dejaba que acercara mi mano a menos de cinco centímetros. Mi miedo creció más y más, tanto que salí corriendo de aquel salón, dejándote, sentado, platicando y parpadeando. 

Caminé muy rápido por un pasillo largo. Mármol, blanco y negro en el piso, terracota y dorado en los muros; espejos flotando en los muros, enmarcados con un metal avejentado decorado con detalles en zig zag; en el techo lamparas pequeñas con vitrales sencillos, rodeados de plafones revestidos con planchas de contrachapado y con detalles esculturales en bajo relieve, que asemejaban una vegetación ortogonal. Y al fondo del pasillo una gran puerta de metal. Un arco de medio punto tapiado con tres piezas esculturales. Cientos de varillas verticales muy delgadas formaban aquellas piezas en la puerta que, enmarcadas por una lámina metálica, contenían la composición de lo que pareciera una montón de flores muy rectas.  

Cuando me vi cerca el final del pasillo, corrí. Use todo mi impulso para abrir la gran puerta metálica. Empujé tan fuerte que salí expulsada del lugar, para terminar parada, sobre una banqueta de concreto, frente a una calzada dividida por un paseo central adornada con árboles y plantas, setos, helechos, palmeras, robles, eucaliptos y pinos. Era hermoso, pero nada había cambiado, seguía en aquella realidad en la que todo el tiempo era de noche y no sabía como salir. 
https://www.facebook.com/RC-Fotograf%C3%ADa-748110502217641/

Desesperada por no saber cómo llegué ahí y de qué manera iba a salir. Caminé por la calzada un par de minutos, hasta que, me tope con cientos de luciérnagas que titilaban y volaban ansiosas. Parecía como si un muro bloqueara su camino. Fue impresionante ver, como su vuelo iba y venía, siempre intentando atravesar aquello que las detenía. Su insistencia me obligó a acercarme, estire mis brazos y metí mis manos con mucho cuidado para no lastimar a tan bellos bichitos. Y efectivamente, no podía atravesar aquella cortina, muro, o lo que sea que fuera. Era algo tan sólido que nos mantenía ahí.

Caminé alrededor del obstáculo para buscar una salida y pude ver que había terminado prisionera en un gran cubo de cristal, por el cuál, podía ver la calzada rodeada de un montón de edificios preciosos y en sus ventanas pude ver fotografías oscilantes de mi vida. Giraba 180º en mi propio eje, de izquierda a derecha, asombrada por el montón de imágenes que podía ver travez de los cristales. 
https://www.facebook.com/RC-Fotograf%C3%ADa-748110502217641/

Los edificio del lado izquierdo me mostraban, a mi papá y mamá, antes de que yo naciera y durante mi infancia, a mis hermanas durante mi infancia y adolescencia, y a mi misma, durante toda mi vida, hasta hoy; mientras que los edificios del lado derecho me mostraron otra yo, una mujer más adulta, con personas desconocidas, o ya conocidas, pero, con edad más avanzada. Me mostraba a mi en otras ciudades, en otros lugares, haciendo cosas impresionantes. 

Fascinada con las imágenes que veía a mi alrededor, giré para ver el camino que había recorrido para llegar hasta ahí, pero había una densa niebla que no me permitía ver. Comencé a manotear y a caminar hacía el frente, pensado que así se disiparía la niebla y podría acercarme a ver que había detrás, pero algo en el suelo me hizo tropezar. Era mi diario dentro de una bolsita amarilla, y mi pluma fuente favorita, esa que hace unos años me había regalado mi papá. En ese momento, saque el diario y con ayuda del separador, lo abrí. Lo último que había escrito era: “… y me quedé esperándote…”

Enojada y llena de ira por las palabras que había leído, me puse de pie y seguí manoteando, hasta que comenzó a disiparse la niebla y pude verme. Seguía esperando, sentada en aquella banca de concreto, pero ahora, la luna iluminaba mi cara y el frió me helaba las mejillas. Los arboles estaban más frondoso, pero el lugar parecía abandonado. Y a mi, me había llegado el invierno. Ya era una anciana, llena de desesperanza y despojada de energía; mi piel ya no era firme y se me había borrado la sonrisa. Me había abandonado por años en aquel lugar, esperando a que llegaras y nunca te apareciste. En ese momento, comencé a caminar hacía atrás, mis ojos se llenaron de lagrimas y mi mente de un montón de preguntas. ¿Porqué me quedé esperando?, ¿por qué no me canse de espera?, ¿qué esperaba realmente?, ¿porqué me abandone en esta eterna espera?…

Seguí cuestionándome y caminando hacia atrás, con la bolsa amarilla y el diario en mis manos y pude ver como me hundía en una cortina de miles de luces titilantes que pertenecían a las luciérnagas. Oía suaves murmullos y percibía deliciosos olores, que me ayudaron a serenarme; hasta que no pude dar un paso más. Había topado con el cristal que completaba el cubo de cristal, y el cual, buscaban atravesar, con desesperación, los bichos voladores. Di la vuelta y al ver a través del cristal, reconocí el lugar en donde estaba parada. Aquella calzada, es la que engalana la calle Tamaulipas y los edificios, son la arquitectura art decó y colonial californiano, que decoran la esquina con Campeche, así como muchas otras calles de la colonia Hipódromo Condesa, en la ciudad de México.

De pronto vi que se acercaba otra yo. Una más parecida a la que había visto en el espejo por la mañana. Cabello lacio y suavemente maquillada. Vestida con pantalón negro de mezclilla, blusa gris de tirantes y mocasines multicolor, rojo, azul y café; un saco de lana “estilo Inglés”, tejido entre colores café, negro, gris y blanco, hombros ajustados y sin relleno, solapas estrechas en pico, cintura entallada, bolsillos con solapa y doble abertura en la parte baja trasera. Corría apresurada con una bolsa negra en la mano izquierda y unas llaves en la mano derecha. 

Cruzó la calle hasta la calzada donde yo estaba y cuando estaba parada frente a mi volteo a ver si no venía algún carro. La tenía a menos de dos centímetros de mi, pero parecía que podía verme. Podía sentir su aliento y su corazón latiendo. Podía ver sus ojos, llenos de alegría, pasión y confianza. Su cara estaba sonrojada por la agitación que le causaba correr pero se veía radiante. Intente gritar y golpear el vidrio pero no pudo escucharme, paso de largo y se metió a un edificio que tenía un letrero: CHAARM by 42. 

Seguí golpeando y gritando sin obtener nada. La gente pasaba y pasaba y nadie podía escucharme. Hasta que me cansé y decidí sentarme. Después de unos minutos de estar sentada, llorando de impotencia, se cayó de la bolsa amarilla, mi pluma fuente, la recogí y la estuve viendo por unos minutos, pensando en todo lo que no había hecho por esperar. Esperar a una mujer que nunca volvió, esperar una mirada que nunca se dio, esperar un reencuentro que nunca sucedió, esperar una llamada que nunca sonó, esperar un mensaje que nunca llegó, esperar el beso que nunca me dio. Molesta, pensando en todo lo que había esperado y no había llegado, fue que tuve una gran idea. Abrí el diario, destape mi pluma. Y después de las palabras “… y me quedé esperándote…” escribí: “hasta que llegue por mi, me ayudé a levantar mis cosas, me sacudí y nos fuimos juntas”.

En ese momento entendí aquel ruido que me asusto en el salón, porque los cristales que me tenían capturada, cayeron, provocando un ruido estridente semejante al que había escuchado unas horas atrás. Tal parece que aquella realidad obscura se estaba formando de las imágenes en mi pasado, que servían de excusas para seguir viéndome, sólo a través del brillo de tus ojos, idealizando un futuro que no quería y que no era para mi. Porque lo que yo quería verdaderamente me daba miedo y preferí a quedarme esperando a todo y a todos para no asumir la responsabilidad de mi presente y tomar acción para mi futuro.

Cuando vi tirados los pedazos de cristal, sentí un fresco alivió. Me levante, seque mis lagrimas con mis dedos y de inmediato corrí al lugar donde había entrado mi otra yo. Cuando entre, vi a mucha gente desconocida. Seguí caminando y me vi subiendo las escaleras. Me aferré a la idea de que sería esa con el “saco ingles”, así que tome vuelo y corrí hacia la escaleras, hace un brinco y me metí en su cuerpo. De inmediato me vi dentro de ella, podía ver a través de sus ojos y podía sentir a través de su piel. Mucha gente me abrazaba y mucha gente estaba contenta de verme. 


Gracias a mi gran amigo Luis Miguel Tapia Beltran, que con su amistad y sabiduría me llevó a descubrir el papel en blanco que es la vida y la responsabilidad de escribir mi propia historia. LOVE YOU <3










lunes, 13 de mayo de 2019

Querida Coral!

Hola a todos!
El blog de hoy lo dediqué a una lectora del blog que me hizo una pregunta en la entrada anterior!




Me encantaría que sigamos con esta dinámica. Si alguno tiene alguna duda o tiene curiosidad por saber algo sobre la patrimonio industrial, histórico y cultural de Monterrey. Escriban en los comentarios o a mi correo electrónico dianavaramirez@gmail.com y veamos que podemos lograr. 
Que tengan una excelente semana
Besos!

martes, 30 de abril de 2019

Mi primer amor chilango

Converse, tipo “sneakers”, de lona azul marino, punteados con hilo blanco. Suela y perfil de goma blanca, bordeada con una fina tira negra. Ojales metálicos, color plata y cordones blancos de algodón tejido, como si una docena de cadenitas de hilo estuvieran abrazadas entre sí. Bueno… en realidad llevaba usando esos tenis por más de dos años y la lona azul marino, desgastada por tantas lavadas y la mala calidad del detergente, había tomado un color gris cenizo y la goma, un poquito sucia, se veía entre amarillenta y mugrosa. 

Los ojales se habían caído uno por uno y bailoteaban entre los cordones desgastados, que más bien parecían ser las “rastas” del pelo de un perro callejero, de un tono blanco ostión. Sobre mis tenis, caían abultados, por mis piernas cortas y una elección equivocada de talla, mis jeans azul oscuro, de costuras amarillas y botones metálicos, con el dobladillo trasero, desvaneciéndose, por que con cada pisada, el desgaste de la tela “despochinaba” poco a poco mis pantalones. 

Arrastraba mis pies sobre un piso de concreto rojo caoba, estampado con un centenar de cuadros ordenados como enormes abanicos que se sobreponían uno a otro, cubriendo casi por completo la banqueta, de no ser por los dos listones que los contenían. De mi lado derecho, el borde blanco delimitaba grandes jardines de setos, helechos, palmeras, robles, eucaliptos y pinos; mientras que el borde izquierdo, un listón amarillo, indicaba el fin de la banqueta y el inicio del pavimento, donde un par de autos pasaba sin detenerse ni bajar la velocidad. 

Caminaba por el andador norte del parque México, sobre la calle de Sonora, con la vista baja y el andar concienzudo, acompañada sólo de mi sombra, que se alargaba cada vez más, y de mi mochila, que me pesaba muchos más que hace unas horas. Por la mañana había despertado segura que, después de vivir un par de semanas en la ciudad de México, ese día encontraría el lugar que había soñado se convirtiera en mi hogar. Pero los tres sitios que visite, aunque de arquitectura encantadora, eran un desastre. La mayoría de las inquilinas, sólo te alquilaban el cuarto con derecho a usar el baño y nada más, no podías usar ni la cocina, ni la sala, ni el comedor, ni nada que estuviera dentro de ellos. O sea, te tocaba vivir en un cuarto ratonera por 3,000 pesos al mes sin derecho a salir de tu jaula más que para tus necesidades fisiológicas y si te conseguías una “nica”, mejor. 

Cuando cruce la calle, dejando atrás el parque México, un viento fuerte movió las ramas de los arboles que flanqueaban la banqueta. Fue entonces que me sorprendió uno de los últimos rayos de sol del poniente y bañó mi rostro con una intensa luz que me nublaba la vista, además del remolino de polvo que sentí que entró por mi ojos. En automático, giré mi cabeza hacía mi hombro derecho y tape mi frente con mi mano izquierda, la intención era tapar la luz del sol y que el polvo no siguiera lastimando mis ojos. Pero dicho intento fue inútil, tuve que detenerme para tratar de limpiar un poco mi vista que había quedado nublada y mis ojos me dolían por el montón de tierra que había entrado en ellos. (Prometo que no estaba llorando por no haber encontrado casa) 

Poco a poco recobre la vista y noté que había quedado parada frente al Colegio Superior de Gastronomía. Un edificio que, como muchos en la Condesa, ha sido tan alterado que ya no le puedes encontrar el estilo “art decó” por ningún lado. Me dirigía resignada hacia la calle Insurgentes para tomar el “metro bus”, pero aquel aire me detuvo en el lugar correcto. En uno de los muros de éste colegio, estaba pegado un papel que decía mas o menos así: “ Se renta habitación, sólo para señoritas. Colonia Hipódromo. Cel: 555-XX-XXX-XX”. (Obvio las equis son porque no me acuerdo del número) 

La mañana siguiente desperté y me encontraba con dos enormes maletas negras, parada frente aquella casa blanca, México número quince. Una enorme casa blanca compuesta de dos cuerpos, un cubo de doble altura y un enorme cuerpo de tres alturas, formado por la fusión de un cilindro y un prisma rectangular, que daba la apariencia de una pro de barco. 

Subí los tres escalones. Voladizos porque las huellas son una gruesas placas de granito negro que sobresalen del escalón. Toqué el timbre y espere, parada frente a una pesada puerta de madera con un cristal esmerilado, protegido con una forja color negro. Varillas cuadradas y muy delgadas que, ordenadas mayormente de modo vertical, trataban de seguir, la forma de la puerta y el arco de medio punto superior, pero rompía su verticalidad, de manera muy simétrica, con algunos detalles que parecían delgadas hojas que se enroscaban para formar pequeños caracoles, así como otras que parecían ser una serie de flores que entrenzaban verticalmente sus tallos para enfatizar el eje central de la puerta. 

sketch de la casa en mi memoria
Tardaron unos minutos en responder, así que bajé de nuevo al nivel de la banqueta y me di cuenta que alguien se asomaba por la ventana que estaba a mi derecha. Una ventana segmentada en un patrón aparentemente simétrico, pero con suficientes divisiones para lograr que siguiera la curvatura del muro. La marquesina que sobresalía como antepecho, le daba a la ventana la apariencia de estar muy larga horizontalmente, a diferencia de la manguetería de las ventana que, hecha de perfiles metálicos, pintados en color blanco, y cubiertos con mastique para sostener los vidrios, le daba mayor altura a la ventana. 

En efecto, esta era una casa diseñada bajo un austero Art Decó. Pude apreciar, mientras esperaba, como la adición y sustracción de cuerpos geométricos como: cubo, el prisma y el cilindro estaban representados en toda su fachada. Así como el uso de formas o listones usados vertical y horizontalmente para enfatizar la verticalidad y la horizontalidad exagerada; los remates escalonados en los pretiles y en los antepechos; los arcos de las puertas y las formas lineales de las ventas; el uso de materiales como granito y metales de manera decorativa… 

La Condesa está llena de casas con este estilo art decó, debido a la época en que fue construida. Hoy esta zona esta integrada por las colonias: Condesa, Hipódromo e Hipódromo Condesa. Desde su origen en el siglo XVII, paso de mano en mano, siendo en un principio la hacienda de “Santa María del Arenal”, para después ser propiedad de María Magdalena Catarina Dávalos de Bracamonte y Orozco, mejor conocida como la Condesa Miravalle, y por quien recibe su nombre. Perteneció a una clase de mujeres adelantada a su época, por lo que al ser tan diferente de muchas mujeres de la alta sociedad se crearon un sin numero de leyendas de su vida, que hasta al día de hoy se desconoce si son ciertas. Lo único cierto es que sus herederos vendieron poco a poco sus propiedades y volvieron a España y fue entonces que se construyeron sitios de interés como el “Toreo”, hoy Palacio de hierro y un “Hipódromo”, hoy la colonia hipódromo. 

Tras terminar la revolución se comenzaron a fraccionar los terrenos del hipódromo y la zona se dotó de bulevares, parques, camellones y glorietas. El diseño urbano de la zona y la ubicación se prestó para la construcción de viviendas opulentas para la clase media alta de la ciudad, mayor parte de ellos judíos. Cambiando por completo la imagen del hipódromo. Pero tras el terremoto de 1985 esta zona se deterioro a tal grado que fue abandonada por muchos de sus habitantes y fue hasta el nuevo milenio que la zona se restableció y dio paso a lugares como: cafés, librerías, restaurantes, cervecerías, mezclarías, etcétera; de tal manera volvió a captar la atención de personas de toda la ciudad, y hasta turistas nacionales y extranjeros. 

Mientras mi mente seguía volando se abrió la “puerta negra” (aclaro, no me refiero a la de los Tigres del Norte). Y pude ver como de entre penumbras salía una sencilla, rolliza y pequeña mujer de tez morena, ojos grandes negros y cabello azabache ondulado y muy brillante. Me recibió muy contenta y la verdad no recuerdo que me dijo, porque yo estaba impactada con la belleza de aquella casa. Entramos por un largo pasillo con un piso de granito claro, con un despiece en diagonal y una cenefa al rededor de un granito un poco más grisáceo. El techo era abovedado y de el colgaba un candelabro que parecía una simple bolita de vidrio esmerilado. Del lado izquierdo había una puerta de madera “entablerada”, que dirigía hacía la cochera. Pero lo más impresionante vino cuando crucé aquel arco al final del pasillo. 
sketch del pasillo en mi memoria

La mujer morena tomó una de mis maletas y la arrastro hacía el final del pasillo, yo tomé la otra y la seguí. Después de un par de pasos estaba frente aquella hermosa escalera. Su forma era tan orgánica que podía imaginar como una enredadera subía por mus muros dejando peldaños a su paso para que pudiéramos subir. Su baranda, de igual modo, parecía un montón de tallos de delgadas flores que se trenzaban entre una estructura rectangular de perfiles metálicos y que sujetaban una moldura de madera de caoba que hacía el trabajo de pasamanos. 

Subir por aquella escalera por primera vez me hizo sentir como mi si cuerpo flotara en ella durante la década de 1930. Mi maleta de tela sintética de pronto se convirtió en una hermosa maleta de piel, con hebillas metálicas y yo la sostenía de un mango de madera finamente pulido y pintado. Mi cabello recogido con un hermoso moño se escondía bajo un sombrero de lana color azul marino, adornado por unos hermosos listones de “Grosgrain”. Mi ropa, una gabardina beige adornada con una estola roja que envolvía mi cuello, escondía debajo un vestido azul marino, abultado en los hombros y ceñido en la cintura, con una falda en de corte tipo “A”. Que hermosas zapatillas, el tacón perfecto, bajito y muy cómodo. 

sketch de la escalera en m memoria
En cuanto la mujer dijo mi nombre, regrese del limbo en el que me encontraba y ya habíamos llegado a mi recamara. Era una habitación inmensa. Cabían dos grandes camas individuales, no como las de ahora que más bien parecen catres; un closet grande, un ropero viejo y un escritorio que más bien reconocí como una antigua mesa de maquina de coser. Lo más precioso de mi pieza, era el ventanal enorme frente a mi cama, que al abrirse dejaba salir al pequeño balcón. Lástima que no llegué a esa casas en 1930 y tantos, porque estoy segura que la vista era preciosas. En ese momento sólo podía ver por una pedacito que dejaban libre dos grades edificios el bulevar conocido como “Amsterdam”, y todo lo demás eran un montón de paredes con pintura desgastada, descascarada y en muy malas condiciones. 

Me fue muy fácil adaptarme a la casa y las habitantes de la casa; vivir con puras mujeres fue una experiencia divertidísima. Yo iba a la escuela por las tardes así que no sufría de problemas con el baño, pero podía escuchar como cada mañana alguna se acaparaba del baño por horas, hasta que alguna otra iba muy molesta y le tocaba la puerta, apresurandola para salir, pues no era la única en la fila. Lo mismo pasaba por las noches cuando, “la pelos” decidía depilarse y tardaba horas, las demás no podíamos lavar nuestro dientes, ni la cara, ni tomar un rápido baño, por que “la pelos” estaba adentro. 

Fuera de esos contratiempos tuve experiencias muy lindas como las que me dio aquella mujer morena que administraba el lugar. Ella me llevó a conocer muchos lugares por la ciudad de México, el mercado de Sonora, el mercado Jamaica, la Merced, la Viga, entre otros más. Aprendí algunos tips de cocina que hasta el momento no he vuelto a ocupar. Me enseñó a hacer chocolate, desde moler el cacao en los molinos de algún mercado, hasta el apelmazar las tablillas. Nunca supe su historía completa pero era una mujer soltera que vivió para cuidar a la que fue dueña de aquella casa, pero cuando murió, su propósito en la vida se terminó y fue que se dedicó a administrar la casa de señoritas, que ya antes había sido una pensión, pero de caballeros. 

En la película “Brooklyn”, Ellis llega a vivir a este tipo de pensión, en el que bajo cierto reglamento aprende a cohabitar con todas las chicas, además de tener que aprende a adaptarse a la nueva vida, mientras la nostalgia la invade cada que recibe una carta de su familia. Claro que esto te sucede cuando estas lejos de casa, cuesta mucho olvidarte de lo que haz dejado atrás y de la gente que extrañas a cada momento, a pesar de que la tecnología los acerca con una llamada telefónica o una video llamada. 

Hasta que un día, dejas de extrañar (y no precisamente porque tengas novio, como sucede en la película). Haces amigos y te acostumbras a los cambios, las dinámicas y los modos de vida de la nueva ciudad, comienzas a vivir tu vida, a tu manera, con tu estilo y a tu gusto. Y seguramente te vuelves extraña para algunos de los que dejaste miles de kilómetros atrás, en una ciudad tradicionalista, donde el estilo de vida esta marcado por sólo algunas cosas, el circo, el festín, y la apariencia. La televisión y la escuela son una misma y se limita sólo a las temáticas que unos cuantos “potentados” quieren que veas. El ciclo de tu vida depende de lo que dicta la sociedad y la iglesia, y sigues muchas veces por inercia. 

Cuando pasa el tiempo y regresas, aunque sea por unos días, te das cuenta que “el hogar” ya no es el hogar, que tu estilo de vida ha cambiado, que tu manera de vestir y tu manera de ser ya no combinan con tus amigos, ni con los lugares que frecuentabas; que tu forma de pensar va en contra de lo que dicta la sociedad y la iglesia y no puedes hablar de eso con libertad o incluso no comprenden porque hablas así. Y aunque por azahar o destino se puedan presentar oportunidades maravillosas en tu lugar de origen, que te hacen añorar tu antigua vida y te hacen dudar en la posibilidad de quedarte, siempre hay alguien que te recuerda el porque te fuiste, el porque ya no cabías en un estereotipo, el porque una relación amorosa ya no te funcionaba o el porque ya no te satisfacía ningún puesto de trabajo. 

Saliste de casa por urgencia, para complementar aquello que estaba incompleto y tener aquello que te faltaba. Necesitabas formar tu identidad y forjar tu camino bajo tus propias expectativas. Y sobre todo tenías que convertirte en un bicho raro para ser feliz.

lunes, 22 de abril de 2019

Una joven de los 40's en overol


El índice, el medio, el anular y el meñique de mis dos manos, se sujetaban a un grande enrejado: un centenar de “pletinas” soldadas entre sí, para formar un patrón constante de una especie de rectángulos en desorden, que parecían pellizcados en su lado más corto por la unión de dichos perfiles metálicos; coloreado con la pintura de aceite más negra y más brillante, se apocaba un poco por la tierra que guardaba entre sus pliegues.

La holgura entre los perfiles me dejaba ver a través del enrejado un “porche”; rodeado de un vasto número de pesadas macetas, hogar de una gran variedad de especies de helechos, palmeras, hojas de coche y potos; contenedor de una docena de mecedoras tradicionales de mi terruño, hechas con varilla metálica y malla de acero, todo pintado de color blanco pero un poco manchadas de color grisáceo, por el paso de los años; un rugoso muro blanco, sostén de al menos cinco pequeñas jaulas cuadradas, de acero y de madera, con parejas de canarios amarillos, azules y verdes, y en la más grande de las jaulas, un hermoso pájaro rojo, con un fleco punk, antifaz negro y pico anaranjado.

 Y al centro de esta quimera jungla, sentada en una mecedora mas grande que las otras, una mujer robusta de edad avanzada; blanca como leche, pero ruborizada como el encendido rojizo de un betabel; rubio cabello, como la “tierra siena” de las pinturas rupestres; ojos caídos color marrón y delgados labios como rosadas “suculentas”. Vestida con una ligera, clara y floreada bata de algodón, sostenía en sus brazos, rollizos, blancos y salpicados de manchitas, ovaladas y de color marrón, a una pequeña niña, de piel tostada y cabello retorcido y “azabachado”. 

Mientras me dejaba llevar por esta escena, pude sentir el calor enternecedor de su cuerpo en mi piel, la emoción de sus ojos que brotaba de los míos como el rocío fresco en forma gotas saladas, el aroma abrazador de las rosas de la crema “Teatrical”, la melodía dulce y suave de aquella voz acompañada siempre por el canto de las aves, el murmullo en su pecho al palpitar su corazón; y el sollozo y la añoranza de los recuerdos de mi “awelita”. Esa mujer en la mecedora era mi abuela y la niña en sus brazos era yo, y esta escena fue el sueño más hermoso que tuve después de su muerte.

Esta fotografía fue tomada cuando yo tenía 10 años, mientras mi mamá y mi awelita estaban sentadas a lado mío, seguramente discutiendo algo.

Muchas mañanas durante toda mi carrera universitaria salía corriendo de madrugada a la facultad sin un bocado en barriga, porque mi primera clase era a las 7:30 de la mañana y como seguramente un día antes no había pegado el ojo en toda la noche para terminar una maqueta, una lámina de dibujo o un plano, el poco tiempo que me quedaba en la madrugada, sólo me daba oportunidad de bañarme y vestirme. Volaba en mi carrito por la avenidas vacías de la ciudad, apresurada por llegar a mis primeras clases; y aunque el hambre me mataba por alrededor de tres horas, mi cabeza calmaba mi apetito con la certeza de que más tarde tendría un buen almuerzo, un huevito, un café y seguro hasta un pan dulce.

Daban las 9:45 de la mañana, y salía volando nuevamente en mi carrito. Tomaba avenida universidad para girar en avenida Nogalar, para dirigirme a la avenida Churubusco. Ya en Churubusco, tomaba el retorno en las vías del tren que pasan a un costado de la Escuela Industrial y Preparatoria Técnica Alvaro Obregón para seguir por la avenida Churubusco en sentido de sur a norte, hasta dar vuelta a la derecha en la calle Rómulo Garza. Donde me esperaban dos arboles que flanquean el “porche junglado” de la casa, uno de ellos se aseguraba de dar sombra todo el día y el otro era sólo un pinito que adornaba la casa de mi “awelita” y tapaba la horrenda entrada de la vecina.

Siempre bajaba del carro, ansiosa por tocar el timbre y que la bella sonrisa de mi “awelita” salieran a recibirme. Con esa encantadora sonrisa, que entrecerraba sus ojos y arrugaba su nariz “respingada”, me invitaba a pasar. Y el cálido abrazo de una mujer, pequeña de estatura, que alzaba los brazos para envolver a su gigante nieta, en el calor de su pecho y el entrañable aroma a crema Teatrical; me hacía perder la mente por un momento y me obligaba a quitarme el abrigo imaginario que cargaba todos los días, lleno de miedos, tristezas y enfados, para dejarlo en la banqueta y gozar de la magia fantástica que llenaba su hogar.

Su blanca manita, espolvoreada con manchitas marrón, tomaba la mía y me llevaba a la cocina. Pasábamos juntas por la jungla de su porche y el cantar de los pajaritos, para pasar por una puerta metálica cubierta por un mosquitero y llegar a la sala, silenciosa e iluminada, soltaba mi mano para cerrar. Yo seguía caminando hasta llegar al marco que dividía la sala del comedor. Sabía que había llegado cuando pisaba los últimos 30 centímetros del piso de la sala, porque el escalón que llevaba al comedor obscuro, siempre tuvo un mosaico suelto, que sonaba extraño y hacía un gran eco en el espacio que me erizaba los vellitos del cuerpo. El umbral y ese ruido, me avisaba que debía acelerar el paso, pues mi miedo desde niña a la obscuridad, me hacía imaginar cientos de fantasmas en la vitrina, llena de figuritas tenebrosas; en el espejo, que reflejaba un montón de sombras; el en reloj “ding dong”, que sonaba a cada hora; y hasta en el florero de la mesa, que lleno de flores y frutas parecía la cabeza de un hombre con los sesos de fuera.

El miedo terminada cuando sentía su mano en mi espalda y podía ver el haz de luz que salía de la cocina al final del pasillo. Estaba apunto de llegar a la cocina. Conforme mis pies tocaban poco a poco el resplandor que provocaba la luz de la cocina en el piso de cemento pulido, mi brazo derecho se estiraba para alcanzar a rozar con mi dedos esas cortina largas y claras que colgaba del techo en el distribuidor y que ocultaba el baño, la recámara y la escalera. Esas cortina en las que, por muchos años, me daba vueltas y vueltas para envolverme en ellas, encogía las piernas y quedaba colgada. Me balanceaba de un lado a otro y soñaba con ser una trapecista que volaba en el aire. Giraba en el aire, mientras mis brazos y piernas se enredaban en las cortinas hasta que…¡puf! caía al suelo con todo con todo y cortinero.

La cocina era un espacio rectangular, muy largo y muy alto. En el muro derecho, pegado a la entrada estaba la alacena y la estufa; en el muro izquierdo, estaba una alacena alta de lamina y a lado de ella un refrigerador viejo que daba toques en cuanto te rozaba la piel; haciendo escuadra con el refrigerador, estaba esa gran mesa, sobre la cual colgaba una alacena de madera; y al fondo de la cocina el muro que contenía la tarja, la puerta y la pequeña ventana que daba al patio. Desde la entrada de la cocina podía ver a mi “awelito” sentado en su silla de siempre y esperando a que se le sirviera el almuerzo cubierta siempre, en la gran mesa cubierta siempre por los coloridos manteles de plástico de mi abuelita, un día flores, otro día cuadros. En cuanto entraba con mi awelita, me comenzaba a platicar sus aventuras, yo tomaba la silla que estaba frente al refrigerador, en la otra cabecera de la mesa y me dedicaba a escucharlo toda lo que restaba de la mañana, mientras mi abuelita hacía sus exquisitas pócimas en la estufa.

Después de algunos minutos, mi awelita me servía en un plato, redondo, blanco, semi trasparente y con los bordes unidos como si de pétalos se trataran, dos huevitos estrellados, como aquellos con los que me correteaba de niña todas la mañanas, para que no me fuera al colegio sin desayunar; y un vaso grande de café con leche, ahora era grande y podía tomar ese café. De niña sólo me tenía que conformar con un vaso grande de leche, sola o con chocolate, que salía de una gran olla de peltre que guardaba en el refrigerador, siempre con una asquerosa y gorda capa de nata. Mi awelita la hacía a un lado y tomaba con una tacita y me la servía en mi vaso. Y para acompañar mi leche, con los años sustituido por un café, llegaba la caja llena de sorpresas, un enorme “tupper” amarillo que bajaba de la parte más alta de la alacena, lleno de pan dulce, volcanes, donas, orejas, “kekitos”, galletas con chochitos y a veces hasta marranitos. Que delicia escondía aquel recipiente.

Lo que daría por sentarme de nuevo a su mesa, y disfrutar de sus comentarios, que siempre terminaban con esa sonrisa que entrecerraba sus ojos y arrugaba su nariz; escuchar de nuevo esa voz rasposa que brotaba de su boca y pronunciaba miles de palabras por minuto o el susurro de aquella voz cuando mi awelito esta en el otro cuarto y todo lo que hablábamos era un secreto…

Fotografía de mi fin de generación en diciembre del 2010.

Para septiembre de 2010, ya era “toda una arquitecta”, laboralmente hablando, pero todavía una universitaria en albores de titulación. Tras una larga semana de trabajo nocturno en la obra de un restaurante por el aeropuerto, llegué a casa y me dormí. No llevaba ni veinte minutos dormida cuando recibí la noticia que mi más grande regalo en la tierra había fallecido. Mi prima Lidia me daba la noticia, pero mi letargo no me dejaba creerlo, hasta que la vi postrada y sin vida en una caja. Todos mis momentos se los llevó una horrible caja, larga y plateada, en la que la vi por última vez. No sonreía, su nariz no se arrugaba, sus mejillas no eran rosadas, su cabello no era dorado, ni esponjado, su cabello esta embarrado a su cabeza como ella lo odiaba; y yo no alcanzaba a oler la crema teatrical de su cuerpo. Su cuello tenía una enorme mancha morada que subía hasta su barbilla y su cara estaba congelada con un gesto serio y acartonado. 

Ese día no pude decir adiós y mucho menos tuve oportunidad de llorarla. En ese momento tenía que sostener a mi mamá que se desvanecía del dolor en mis brazos. Así que sin lágrimas y con un nudo en la garganta se fue mi awelita, la mujer que más amor me había dado; me cuido, me alimentó, me dio un techo y me cobijo en sus brazos. Me compartí de su leche, su café y sus huevitos, me enseño a divertirme cuando hacía tortillas de harina, porque me dejaba hacer todas las formas que yo podía imaginar, por que esta nieta suya nunca aprendió a usar el “palote”. Dejó en mi paladar el delicioso sabor de la capirotada en semana santa, y el del arroz rojo que acompañaba con todo y sobre todo me dejó por siempre la ansiedad de comer un pan dulce de su gran vasija amarilla. 

¿La amaba? Claro que la amaba, pero yo sentía que mucha gente necesitaba curar su dolor ese día. Mares y ríos de personas llegaron a despedirse de ella. La tan querido Doña Juanita se había ido y todos los que la conocía querían darle el último adiós. Su manera de ser la unió con mucha gente y su sonrisa encanto a centenares. Fue querida por muchos y amada por otro tanto. Y tras su muerte las cosas no fueron las mismas. Su casa de sentía vacía, mis tíos y tías le lloraron por mucho y los nietos y nietas las extrañábamos demasiado, pero mi awelito quizá fue él que mas sufrió, estaba tan triste que poco a poco la tristeza lo debilitó y tiempo después murió. Muchos dijeron, que mi awelita había venido por él. 

Por un par de años olvidé el día y año de su muerte y traté de olvidar lo que sentí ese día, el nudo en la garganta y la represión del llanto; aunque mi corazón se apachurrara, al entrar a su casa y no verla sentada ni en la mecedora, ni en la cocina, y mis ojos se inundaran de lagrimas saladas, al recordarla en el espejo del ropero de la pequeñita puerta en la que guardaba su labial, sus peines y peinetas, su aceite, su crema teatrical y sus tesoros, todos los sentimientos eran reprimidos. Hasta hace unos meses cuando entendí muchas de las historias que susurraban en la mesa de la cocina. Mi tía, la mayor de todos, me contó la historia de mi awelita en voz alta.

Esta fotografía fue tomada en una viaje a Acapulco de mi awelita y mi awelito.

Mi awelita fue una mujer “Lilith”, supo poner un alto al maltrato de un primer marido y huyó a la ciudad, con dos hijos que le sobrevivieron, para abrirse camino en una ciudad industrial, en la que el hombre obrero tenía todas las oportunidades y las mujeres obreras muy pocas. Trabajó como obrera en la cigarrera La Moderna, ubicada en el barrio de la "Medalla", al noroeste del centro de la ciudad.  Fue una mujer valiente, criticada por vestir de overol y por no tener un marido en casa, pero lo que a ella le importaba era dar alimento y techo a sus hijos. Con el tiempo la vida le cambio y pudo tener la familia que deseaba, y quizá hasta disfrutar la vida.


Éste croquis aún en proceso, esta marcado el barrio de la "Medalla" con la letra "A", el cual Eduardo Cazares describe así:
Estaba ubicado entre las calles Colón, Miguel Nieto, Aramberri y la avenida Urdiales. Su nombre se debió al templo de la Medalla Milagrosa ubicado en Edison, entre Treviño e Isaac Garza.
En 1787, el Ayuntamiento le concede al Obispo José Vergel la loma de la Chepe Vera (loma del Obispado), por su intención de cambiar la ciudad al poniente debido a las inundaciones. En dicha loma se construyó un palacio en honor de la virgen de Guadalupe, que posteriormente fue llamado del Obispado. La colonia no se pobló sino hasta 1920, con el crecimiento demográfico ocasionado por la industria.
Lo que caracterizó a este barrio eran las fábricas, los panteones municipales y el privado de El Carmen. Las primeras fábricas fueron la fábrica de cerrillos El Fénix, la fábrica de muebles La Malinche, y la Galletera Mexicana.

Pero éste fin de semana pude recorrer los alrededores de la cigarrera y sentí el corazón lleno de mi abuelita. No sé en que casa vivió entonces, ni como vivió, pero sé que alguna de estas casitas pudo ser el hogar de ella y de sus bebes; y tengo la ilusión que para ella este barrio fue la “puerta violeta”, como dice Rozalén, que la liberó y la llevó a “un prado verde muy lejos”, en sentido figurado…


En ésta fotografía se puede ver la cigarrera al centro de la imagen, con la calzada madero al sur, y la rotonda al sureste, hoy desaparecida, dividida por las vías del tren que están sobre la calle Pablo González Garza. Mi abuela debió haber vivido en una de las cuatro manzanas al norte de la cigarrera, como me lo contó mi tía. Éstas, están delimitadas por las calles Arteaga, Carlos Salazar y Jerónimo Treviño de este a oeste; y de sur a norte Constantino de Tarnava, Artículo 123 y José Navarro.


Este es el croquis de las manzanas que ocuparían las viviendas obreras de la Cigarrera.

En alguna casita como estas...


 



Con una fachada simple y una distribución arquitectónica meramente funcional.






Espero con toda la intensidad de mi corazón, terminar mi investigación y poder despedirme de mi awelita conociendo más de su vida y su modo de vivir cuando fue obrera. Poder enaltecerme no sólo de provenir de tan bella mujer, sino también reflejarme en su espejo como una valiente y aventurera mujer.

lunes, 15 de abril de 2019

¿La reina del Sur o Lilith?



Conozco y admiro a todo tipo de mujeres, como diría Pedrito Fernandez:

“las altas y las chaparritas,
las flacas las gordas y las chiquititas.
Solteras y viudas y divorciaditas…”

Pero este fin de semana redescubrí, otro tipo de mujer que el autor de “El aventurero” Jesús Francisco Flores Pereyra, alias “Paco Muchel”, olvidó mencionar en su canción. Olvidó a ésta mujer que va en contra de la tan arraigada idea (en nuestra sociedad mexicana) de que toda mujer necesita un hombre para ser feliz en la vida.

Esa mujer a la que muchos llamarían “cabrona”, “con huevos”, o “con pantalones”, yo solía llamarla desde niña, Nalle, como diminutivo de Nallely; pero ahora que descubrí un nuevo ser en ella y me atrevo a llamarla Lilith.
Foto de la boda de mi tía Alma, en la que todas las sobrinas fuimos damitas. 
La primera de izquierda a derecha y que sostiene una canasta es Nallely. 
Y yo soy la que esta frente a la novia, la del moño gigante.

Se preguntaran, ¿porqué Lilith? 

Hace dos años escuché por primera vez de éste bello personaje, en un programa de radio, en el cual estaban presentando el libro de “Las hijas de Eva y Lilith”. La conversación entre las conductoras del programa y la autora del libro, me incitó a buscar en Wikipedia quien era Lilith y por el momento sólo con estas palabras me quedé: 

Lilit (del hebreoלילית) es una figura legendaria del folclore judío, de origen mesopotámico. Se le considera la primera esposa de Adán, anterior a Eva. Según la leyenda (que no aparece en la Biblia pero si en los libros judios), fue abandonada por Adan para irse a el Edén. Luego se instaló junto al mar Rojo, junto a sus hijos, y allí se unió con Samael o Satanás, que llegó a ser su amante. Más tarde, se convirtió en un demonio que se une a los hombres como un súcubo, engendrando hijos (los lilim) con el semen que los varones derraman involuntariamente cuando están durmiendo (polución nocturna). Se le representa con el aspecto de una mujer muy hermosa, a veces alada. Se le dio estas cualidades demoníacas para asustar a los niños Judíos.”

Pero hace un mes, después de un año y medio de acusaciones falsas hacia mi persona, llegó a mi un chisme, la calumnia que exaltó mi furia de una manera volcánica; y mientras reinaba mi coraje, el poder del destino, materializado en la sabiduría de un amigo, trajo a mis manos el maravilloso libro de: “Hambre de hombre” de la autora Anamar Orihuela. 

Libro que además de aplacar mi enojo,  por fin me llevó a conocer de una vez por todas la historia de Lilith, además de comprender él porqué algunas personas se tomaron tanto tiempo en calumniarme.

¡me cagan los chismes! Foto tomada por Roberto Cárdenas, en año de 2018.

Según un mito hebreo, Lilith fue la primera mujer de Adán, creada del mismo barro que él y bendecida por el creador del mismo modo que él. 
Al mirarse por primera vez, se contemplaron como iguales y al momento, desearon estar juntos; pero en este primer encuentro sexual, Adán quizo imponerse y someterla. Él arriba y ella abajo, en la posición sexual, pues quedaba claro que de esa manera el tendría el poder de ella en sus manos. 
Posteriormente, Lilith intentó estar arriba y Adán se rehusó, a lo cual ella le contestó: “Si somos iguales, puesto que nacimos al mismo tiempo ¿porqué he de estar yo abajo y tu arriba?”. Al ver la respuesta negativa en la actitud de Adán, Lilith salió corriendo y huyó al mar. 
Adán al no poder hacer nada por detenerla, acudió a su creador, pidiendo que la trajera de nuevo a él. 
De inmediato, su Dios envió a tres ángeles por ella y cuando la encontraron en las orillas del mar, le pidieron en nombre de Dios y por el enfado de Adán, que como mujer, debía regresar, obedecer al varón y someterse a él. Por su puesto ella no estuvo de acuerdo y abandonó para siempre el paraíso, refugiándose en la obscuridad de la luna. Y versículos más adelante el creador, preocupado de que el hombre estuviera tan sólo, creó a Eva de la costilla de Adán, para que ésta, si se sometiera a él.
Esta creación, sólo diluyó la bella imagen de Lilith, en la de una mujer promiscua que había mantenido relaciones sexuales con las almas del mar muerto, antes conocidas como almas diabólicas. Esto, aunado a la tarea, encomendada por los demonios, de matar a los descendientes de Eva durante los primeros días de vida, conocido como la “muerte de cuna”, convirtieron la historia de Lilith en la historia del ser femenino más odiado por las mujeres desde el siglo III a. C.

Nallely, es como aquella mujer decidida, que pone límites a su pareja; aquella que en silencio es rebelde y libre; aquella que en su trabajo, como la “reina del sur” se hace independiente y empoderada. Aquella que por no tener la imagen de una Eva, sumisa, recatada, culpable y luego obediente, no es aceptada por muchas mujeres. 

Criada con el ejemplo de una madre que también es considerada una mujer Lilith, Nalle, es intuitiva, con una gran certeza interior; une a las personas y sabe ser líder. 
Los pequeños de Nallely, Foto tomada en el 2019.

Es madre de dos hijos, a quienes educa con mucha responsabilidad; y también es esposa de un hombre que la engrandece. A ella no le hace falta ser masculinizada como una mujer "buchona", porque no necesita ser masculina para ser exitosa en su trabajo o para no sentir miedo. Ella ha elegido seguir siendo femenina para unirse a su pareja como “energía complementaria”; porque ella sabe que ambos tienen sus cualidades para conseguir el equilibrio en su familia; juntos son una unidad, ni rivales, ni uno más fuerte que el otro; si no más bien, como el Ying y el Yang.

Foto de Nallely y su pareja, foto tomada en el 2018.

Esta hermosa mujer, me dejó ser parte de su universo místico por un día. Por un día me adentré a lugares desconocidos para mi, tanto espirituales como físicos. Entrar a sus “templos espirituales” me presentaron con su mujer fuerte y con su mujer sensible, ambas sanamente, equilibradas e integradas en una misma, siendo sólo Nallely, la única capaz de regular a ambas. 

Su mujer fuerte, sabe reconocer y aceptar que tiene momentos de debilidad y que necesita ayuda, mientras que su mujer sensible puede sentirse apoyada y protegida por si misma y al integrarlas logra enfrentarse a la vida como una súper mujer.

Físicamente me llevó a cuatro sitios, maravillosos para mis ojos de arquitecta: Allende, Linares, Santiago y Montemorelos. Los cuatro, al sur de la ciudad de Monterrey y municipios del estado de Nuevo León, que cuentan, hoy en día con una riqueza patrimonial impresionante en cuanto a “la arquitectura de la vivienda regional de Nuevo León”. Estos cuatro sitios hicieron que el sábado pasado, abriera mis ojos para comprender una parte muy importante de mi tesis doctoral.

Como resultado de, la fundación y de la labor de poblar la ciudad de Monterrey, llegaron españoles, civiles y franciscanos, trayendo consigo “tlaxcaltecas”, como: aliados para pacificar el territorio y mano de obra; y africanos, quienes realizaban los trabajos pesados debido a que no se logró esclavizar a los “chichimecas”. Todo el territorio noreste estuvo ocupado por indios chichimecas, un grupo semi-nómada en busca de alimento, que vivían en constante movimiento, construyeron espacios temporales a falta de refugios naturales. Éstas primeras construcciones eran austeras y de formas simples, construidas con materiales naturales de la región como: palos ramas y hierbas. La facilidad de construir con este sistemas constructivo lo convirtió en uno de los más usados, durante el siglo XVI por los españoles recién llegados.

A su vez, la presencia de, tlaxcaltecas y africanos, trajo consigo otros sistemas constructivos para vivienda principalmente de tierra. El sistema constructivo en el que se usaba el “adobe” se basaba en una masa de barro mezclada con paja o pasto seco; dicha mezcla se usaba, tanto para darle forma de ladrillo como para el mortero que uniría las piezas para levantar los muros. En cambio el “baharque” era un sistema basado en una estructura interna de palos y varas entretenidos, aglutinados con barro para mantener la consistencia de la construcción. 

A pesar de que parecerían sistemas un poco mas sólidos, muchas de la construcciones hechas con estos materiales terminaban en la ruina por las inundaciones o las subidas de los ríos, que sucedían con mucha frecuencia en Monterrey y en otras poblaciones. Por lo que más adelante se dio preferencia al uso de los sistemas constructivos traídos por los españoles, castellanos y franciscanos. Y fue justo estas construcciones las que me encontré en estos cuatro bellos pueblos de Nuevo León. 

Imágenes extraídas del Diccionario visual de arquitectura / Francis D. K. Ching.

El modelo castellano en Nuevo León en vivienda se caracteriza por las formas derivadas de cubos, cilindros y esferas. Muros sólidos y gruesos, recubiertos con morteros de arena y tierra, acabados con lechadas a la cal. Ventanas y puertas pequeños y enrejados, con una apariencia adornada a base de molduras, jambas, arcos de medio punto y adintelados y uso de claves en las coronas de los arcos.
Fotografía tomada en Santiago Nuevo León, en la calle entre la calle Treviño y Manuel A. González.

Y las preferencias arquitectónicas de los franciscanos como: las formas masivas, austeras, sólidas y sencillas; el predominio de un mismo material y textura; la apariencia monolítica y monocromática, así como la funcionalidad y confort interior.
Fotografía tomada en Santiago Nuevo León, en la calle entre la calle Treviño y Porfirio Díaz.

Estaré por Monterrey un par de semanas, por una movilidad académica que enriquezca mi intelecto y me permita llenar las lagunas de información que hay en mi tesis de doctorado y por una congreso al que asistiré para dar a conocer algunos pormenores de la vivienda obrera en Monterrey.

Pero con los pocos días que llevo por aquí me he dado cuenta que esta estancia por mi terruño me ha servido no sólo para alimentar mi mente y mi corazón, si no también mi pasión por la arquitectura y el patrimonio de Nuevo León; y para dejar a la suerte el reencontrarme con las personas indicadas: familia, amigos, conocidos, maestros, compañeros o demás seres queridos que puedan enseñarme muchísimo más en vida.

Gracias Nalle, porque de niñas me dejaste salvarte de una mordedura de un perro y hoy tu me llenaste de mucha inspiración para seguir adelante con mis sueños. Te quiero y te llevaré en mi corazón siempre como una hermana más.

Nallely y la Regia taqueando, el sábado 13 de abril del 2019.

*Si requieren más información acerca de la arquitectura regional de Nuevo León, Consulten los siguientes libros:

FLORES, A. (1998). Calicanto: marcos culturales en la arquitectura regiomontana, siglos XV al XX. Monterrey, Nuevo León, México: Universidad Autónoma de Nuevo Leon, UANL.

TAMEZ, A. (2009). El centro de Monterrey: arquitectura y crecimiento metropolitano. (4ª Edición). Monterrey, Nuevo León, México: Universidad Autónoma de Nuevo León, UANL.


El eterno crush de la Regia

Esperaba sentada en una caliente e insípida banca de concreto, con el sol del poniente abrazando mi espalda y besando mi cabeza. D...

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