Converse, tipo “sneakers”, de lona azul marino, punteados con hilo blanco. Suela y perfil de goma blanca, bordeada con una fina tira negra. Ojales metálicos, color plata y cordones blancos de algodón tejido, como si una docena de cadenitas de hilo estuvieran abrazadas entre sí. Bueno… en realidad llevaba usando esos tenis por más de dos años y la lona azul marino, desgastada por tantas lavadas y la mala calidad del detergente, había tomado un color gris cenizo y la goma, un poquito sucia, se veía entre amarillenta y mugrosa.
Los ojales se habían caído uno por uno y bailoteaban entre los cordones desgastados, que más bien parecían ser las “rastas” del pelo de un perro callejero, de un tono blanco ostión. Sobre mis tenis, caían abultados, por mis piernas cortas y una elección equivocada de talla, mis jeans azul oscuro, de costuras amarillas y botones metálicos, con el dobladillo trasero, desvaneciéndose, por que con cada pisada, el desgaste de la tela “despochinaba” poco a poco mis pantalones.
Arrastraba mis pies sobre un piso de concreto rojo caoba, estampado con un centenar de cuadros ordenados como enormes abanicos que se sobreponían uno a otro, cubriendo casi por completo la banqueta, de no ser por los dos listones que los contenían. De mi lado derecho, el borde blanco delimitaba grandes jardines de setos, helechos, palmeras, robles, eucaliptos y pinos; mientras que el borde izquierdo, un listón amarillo, indicaba el fin de la banqueta y el inicio del pavimento, donde un par de autos pasaba sin detenerse ni bajar la velocidad.
Caminaba por el andador norte del parque México, sobre la calle de Sonora, con la vista baja y el andar concienzudo, acompañada sólo de mi sombra, que se alargaba cada vez más, y de mi mochila, que me pesaba muchos más que hace unas horas. Por la mañana había despertado segura que, después de vivir un par de semanas en la ciudad de México, ese día encontraría el lugar que había soñado se convirtiera en mi hogar. Pero los tres sitios que visite, aunque de arquitectura encantadora, eran un desastre. La mayoría de las inquilinas, sólo te alquilaban el cuarto con derecho a usar el baño y nada más, no podías usar ni la cocina, ni la sala, ni el comedor, ni nada que estuviera dentro de ellos. O sea, te tocaba vivir en un cuarto ratonera por 3,000 pesos al mes sin derecho a salir de tu jaula más que para tus necesidades fisiológicas y si te conseguías una “nica”, mejor.
Cuando cruce la calle, dejando atrás el parque México, un viento fuerte movió las ramas de los arboles que flanqueaban la banqueta. Fue entonces que me sorprendió uno de los últimos rayos de sol del poniente y bañó mi rostro con una intensa luz que me nublaba la vista, además del remolino de polvo que sentí que entró por mi ojos. En automático, giré mi cabeza hacía mi hombro derecho y tape mi frente con mi mano izquierda, la intención era tapar la luz del sol y que el polvo no siguiera lastimando mis ojos. Pero dicho intento fue inútil, tuve que detenerme para tratar de limpiar un poco mi vista que había quedado nublada y mis ojos me dolían por el montón de tierra que había entrado en ellos. (Prometo que no estaba llorando por no haber encontrado casa)
Poco a poco recobre la vista y noté que había quedado parada frente al Colegio Superior de Gastronomía. Un edificio que, como muchos en la Condesa, ha sido tan alterado que ya no le puedes encontrar el estilo “art decó” por ningún lado. Me dirigía resignada hacia la calle Insurgentes para tomar el “metro bus”, pero aquel aire me detuvo en el lugar correcto. En uno de los muros de éste colegio, estaba pegado un papel que decía mas o menos así: “ Se renta habitación, sólo para señoritas. Colonia Hipódromo. Cel: 555-XX-XXX-XX”. (Obvio las equis son porque no me acuerdo del número)
La mañana siguiente desperté y me encontraba con dos enormes maletas negras, parada frente aquella casa blanca, México número quince. Una enorme casa blanca compuesta de dos cuerpos, un cubo de doble altura y un enorme cuerpo de tres alturas, formado por la fusión de un cilindro y un prisma rectangular, que daba la apariencia de una pro de barco.
Subí los tres escalones. Voladizos porque las huellas son una gruesas placas de granito negro que sobresalen del escalón. Toqué el timbre y espere, parada frente a una pesada puerta de madera con un cristal esmerilado, protegido con una forja color negro. Varillas cuadradas y muy delgadas que, ordenadas mayormente de modo vertical, trataban de seguir, la forma de la puerta y el arco de medio punto superior, pero rompía su verticalidad, de manera muy simétrica, con algunos detalles que parecían delgadas hojas que se enroscaban para formar pequeños caracoles, así como otras que parecían ser una serie de flores que entrenzaban verticalmente sus tallos para enfatizar el eje central de la puerta.
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| sketch de la casa en mi memoria |
Tardaron unos minutos en responder, así que bajé de nuevo al nivel de la banqueta y me di cuenta que alguien se asomaba por la ventana que estaba a mi derecha. Una ventana segmentada en un patrón aparentemente simétrico, pero con suficientes divisiones para lograr que siguiera la curvatura del muro. La marquesina que sobresalía como antepecho, le daba a la ventana la apariencia de estar muy larga horizontalmente, a diferencia de la manguetería de las ventana que, hecha de perfiles metálicos, pintados en color blanco, y cubiertos con mastique para sostener los vidrios, le daba mayor altura a la ventana.
En efecto, esta era una casa diseñada bajo un austero Art Decó. Pude apreciar, mientras esperaba, como la adición y sustracción de cuerpos geométricos como: cubo, el prisma y el cilindro estaban representados en toda su fachada. Así como el uso de formas o listones usados vertical y horizontalmente para enfatizar la verticalidad y la horizontalidad exagerada; los remates escalonados en los pretiles y en los antepechos; los arcos de las puertas y las formas lineales de las ventas; el uso de materiales como granito y metales de manera decorativa…
La Condesa está llena de casas con este estilo art decó, debido a la época en que fue construida. Hoy esta zona esta integrada por las colonias: Condesa, Hipódromo e Hipódromo Condesa. Desde su origen en el siglo XVII, paso de mano en mano, siendo en un principio la hacienda de “Santa María del Arenal”, para después ser propiedad de María Magdalena Catarina Dávalos de Bracamonte y Orozco, mejor conocida como la Condesa Miravalle, y por quien recibe su nombre. Perteneció a una clase de mujeres adelantada a su época, por lo que al ser tan diferente de muchas mujeres de la alta sociedad se crearon un sin numero de leyendas de su vida, que hasta al día de hoy se desconoce si son ciertas. Lo único cierto es que sus herederos vendieron poco a poco sus propiedades y volvieron a España y fue entonces que se construyeron sitios de interés como el “Toreo”, hoy Palacio de hierro y un “Hipódromo”, hoy la colonia hipódromo.
Tras terminar la revolución se comenzaron a fraccionar los terrenos del hipódromo y la zona se dotó de bulevares, parques, camellones y glorietas. El diseño urbano de la zona y la ubicación se prestó para la construcción de viviendas opulentas para la clase media alta de la ciudad, mayor parte de ellos judíos. Cambiando por completo la imagen del hipódromo. Pero tras el terremoto de 1985 esta zona se deterioro a tal grado que fue abandonada por muchos de sus habitantes y fue hasta el nuevo milenio que la zona se restableció y dio paso a lugares como: cafés, librerías, restaurantes, cervecerías, mezclarías, etcétera; de tal manera volvió a captar la atención de personas de toda la ciudad, y hasta turistas nacionales y extranjeros.
Mientras mi mente seguía volando se abrió la “puerta negra” (aclaro, no me refiero a la de los Tigres del Norte). Y pude ver como de entre penumbras salía una sencilla, rolliza y pequeña mujer de tez morena, ojos grandes negros y cabello azabache ondulado y muy brillante. Me recibió muy contenta y la verdad no recuerdo que me dijo, porque yo estaba impactada con la belleza de aquella casa. Entramos por un largo pasillo con un piso de granito claro, con un despiece en diagonal y una cenefa al rededor de un granito un poco más grisáceo. El techo era abovedado y de el colgaba un candelabro que parecía una simple bolita de vidrio esmerilado. Del lado izquierdo había una puerta de madera “entablerada”, que dirigía hacía la cochera. Pero lo más impresionante vino cuando crucé aquel arco al final del pasillo.
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| sketch del pasillo en mi memoria |
La mujer morena tomó una de mis maletas y la arrastro hacía el final del pasillo, yo tomé la otra y la seguí. Después de un par de pasos estaba frente aquella hermosa escalera. Su forma era tan orgánica que podía imaginar como una enredadera subía por mus muros dejando peldaños a su paso para que pudiéramos subir. Su baranda, de igual modo, parecía un montón de tallos de delgadas flores que se trenzaban entre una estructura rectangular de perfiles metálicos y que sujetaban una moldura de madera de caoba que hacía el trabajo de pasamanos.
Subir por aquella escalera por primera vez me hizo sentir como mi si cuerpo flotara en ella durante la década de 1930. Mi maleta de tela sintética de pronto se convirtió en una hermosa maleta de piel, con hebillas metálicas y yo la sostenía de un mango de madera finamente pulido y pintado. Mi cabello recogido con un hermoso moño se escondía bajo un sombrero de lana color azul marino, adornado por unos hermosos listones de “Grosgrain”. Mi ropa, una gabardina beige adornada con una estola roja que envolvía mi cuello, escondía debajo un vestido azul marino, abultado en los hombros y ceñido en la cintura, con una falda en de corte tipo “A”. Que hermosas zapatillas, el tacón perfecto, bajito y muy cómodo.
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| sketch de la escalera en m memoria |
En cuanto la mujer dijo mi nombre, regrese del limbo en el que me encontraba y ya habíamos llegado a mi recamara. Era una habitación inmensa. Cabían dos grandes camas individuales, no como las de ahora que más bien parecen catres; un closet grande, un ropero viejo y un escritorio que más bien reconocí como una antigua mesa de maquina de coser. Lo más precioso de mi pieza, era el ventanal enorme frente a mi cama, que al abrirse dejaba salir al pequeño balcón. Lástima que no llegué a esa casas en 1930 y tantos, porque estoy segura que la vista era preciosas. En ese momento sólo podía ver por una pedacito que dejaban libre dos grades edificios el bulevar conocido como “Amsterdam”, y todo lo demás eran un montón de paredes con pintura desgastada, descascarada y en muy malas condiciones.
Me fue muy fácil adaptarme a la casa y las habitantes de la casa; vivir con puras mujeres fue una experiencia divertidísima. Yo iba a la escuela por las tardes así que no sufría de problemas con el baño, pero podía escuchar como cada mañana alguna se acaparaba del baño por horas, hasta que alguna otra iba muy molesta y le tocaba la puerta, apresurandola para salir, pues no era la única en la fila. Lo mismo pasaba por las noches cuando, “la pelos” decidía depilarse y tardaba horas, las demás no podíamos lavar nuestro dientes, ni la cara, ni tomar un rápido baño, por que “la pelos” estaba adentro.
Fuera de esos contratiempos tuve experiencias muy lindas como las que me dio aquella mujer morena que administraba el lugar. Ella me llevó a conocer muchos lugares por la ciudad de México, el mercado de Sonora, el mercado Jamaica, la Merced, la Viga, entre otros más. Aprendí algunos tips de cocina que hasta el momento no he vuelto a ocupar. Me enseñó a hacer chocolate, desde moler el cacao en los molinos de algún mercado, hasta el apelmazar las tablillas. Nunca supe su historía completa pero era una mujer soltera que vivió para cuidar a la que fue dueña de aquella casa, pero cuando murió, su propósito en la vida se terminó y fue que se dedicó a administrar la casa de señoritas, que ya antes había sido una pensión, pero de caballeros.
En la película “Brooklyn”, Ellis llega a vivir a este tipo de pensión, en el que bajo cierto reglamento aprende a cohabitar con todas las chicas, además de tener que aprende a adaptarse a la nueva vida, mientras la nostalgia la invade cada que recibe una carta de su familia. Claro que esto te sucede cuando estas lejos de casa, cuesta mucho olvidarte de lo que haz dejado atrás y de la gente que extrañas a cada momento, a pesar de que la tecnología los acerca con una llamada telefónica o una video llamada.
Hasta que un día, dejas de extrañar (y no precisamente porque tengas novio, como sucede en la película). Haces amigos y te acostumbras a los cambios, las dinámicas y los modos de vida de la nueva ciudad, comienzas a vivir tu vida, a tu manera, con tu estilo y a tu gusto. Y seguramente te vuelves extraña para algunos de los que dejaste miles de kilómetros atrás, en una ciudad tradicionalista, donde el estilo de vida esta marcado por sólo algunas cosas, el circo, el festín, y la apariencia. La televisión y la escuela son una misma y se limita sólo a las temáticas que unos cuantos “potentados” quieren que veas. El ciclo de tu vida depende de lo que dicta la sociedad y la iglesia, y sigues muchas veces por inercia.
Cuando pasa el tiempo y regresas, aunque sea por unos días, te das cuenta que “el hogar” ya no es el hogar, que tu estilo de vida ha cambiado, que tu manera de vestir y tu manera de ser ya no combinan con tus amigos, ni con los lugares que frecuentabas; que tu forma de pensar va en contra de lo que dicta la sociedad y la iglesia y no puedes hablar de eso con libertad o incluso no comprenden porque hablas así. Y aunque por azahar o destino se puedan presentar oportunidades maravillosas en tu lugar de origen, que te hacen añorar tu antigua vida y te hacen dudar en la posibilidad de quedarte, siempre hay alguien que te recuerda el porque te fuiste, el porque ya no cabías en un estereotipo, el porque una relación amorosa ya no te funcionaba o el porque ya no te satisfacía ningún puesto de trabajo.
Saliste de casa por urgencia, para complementar aquello que estaba incompleto y tener aquello que te faltaba. Necesitabas formar tu identidad y forjar tu camino bajo tus propias expectativas. Y sobre todo tenías que convertirte en un bicho raro para ser feliz.





Hola, Diana! Disculpa que mi comentario esté fuera de contexto para tu publicación, redactas muy chido, por cierto. Te vi el lunes exponiendo tu ponencia, me gustaría saber si podrías compartirme algunas fuentes que relaten la influencia africana en Monterrey, misma que, tú nos comentabas, era explícita en la arquitectura de la colonia. Espero tu respuesta, ¡saludos!
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