miércoles, 22 de mayo de 2019

El eterno crush de la Regia


Esperaba sentada en una caliente e insípida banca de concreto, con el sol del poniente abrazando mi espalda y besando mi cabeza. De mi lado derecho la banca se extendía un metro más, sobre un piso polvoriento de piedra laja color rojo, circundado por un piso de concreto reticulado. A mi lado izquierdo, el mismo piso, formaba un medio circulo, en el que se enfilaban seis bancas intercaladas con cinco estériles arbolitos. El bochorno era intenso, y el calor que emanaban los techos de policarbonato traslucido, soportados por un pergolado de madera color maple, que cubría todas las bancas, era irritable. 

Un par de horas atrás, al salir de la regadera, cubrí mi friolento cuerpo con una bata de algodón blanco, pues mi piel se erizaba con cada gota de agua que se deslizaba por mis brazos, piernas y espalda. Me unté la crema con olor a rosas y sentía como se entibiaba poco a poco mi cuerpo; y ahora, que trato de cubrirme del sol lacerante y el ambiente árido, me arrepiento de embadurnarme con tan pesado afeite. Estos días, el cielo se ha pintado de cobrizo y se enturbiaba por gigantes nubes cargadas de ceniza. Salir de casa se había convertido en un riesgo a la salud, que sólo algunos hemos querido correr.

Yo, permanecía sentada, sosteniendo un libro con mis pequeñas y resecas manos, cuando sentí, cómo un par de gotitas saladas, brotaban de mi nuca, se deslizaban por mi cuello y entraban a mi blusa. Las osadas gotillas, lograron escabullirse en el 63% de viscosa y el 37% de nailon de mi “KNIT”, cerúleo y azafrán, aprovechando la senda hundida que divide mi espalda, tupida como la piel del durazno, hasta llegar a la hendidura que se forma en mi cintura. ¡Vaya que podía sentir más de veintisiete grados en el ambiente! 

Mi pensamiento estaba abstraído por las últimas palabras que había leído “Hay amores… amores insatisfechos,… amores incultos,… amores insensibles…”, cuando un viento, ligero y cálido, sopló alrededor mío, cercando el espacio de la banca, desde el piso de piedra roja hasta el techo traslucido de policarbonato, de un aura impregnada con un fino polvo color ocre. El texto en mis manos, mi cara y mis ojos, se llenaron de tierra, y mi nariz y garganta, se asfixiaban con aquel soplido contaminado.  

Urgentemente, llevé mis manos polvosas a mis ojos, porque, por más que intentaba limpiarlos con el parpadeo incesante, no lograba recuperar por completo la visibilidad;  aquel polvo me había enclavado en una terrible nebulosidad. Frotaba y frotaba, sin poder recuperar la visión por completo, cuando entre sombras débiles, entre luz y obscuridad, reconocí tu figura, tu caminar y tu manotear; aún entre penumbras pude distinguir tu apariencia, tu porte y tu compostura. 

Fue entonces que mi joven interior, comenzó a palpitar más rápido, tan rápido que mi pensamiento fantaseaba con aquello que leí en algún lugar y en algún momento: el “latido del corazón de un colibrí puede alcanzar un máximo de alrededor de 1200 latidos por minuto”. Supongo que así se siente un infarto, un dolor intenso en el tórax, pero éste, era ese dolor indescriptible que te hace hormiguear los brazos, la espalda, las piernas y el estómago; sudoración excesiva, dificultad para respirar; un anhelo intenso que te vuelve capaz de imaginar que en cualquier momento escupirás de tus entrañas, un corazón acelerado.

Pestañeaba al compás de tu andar. 1, 2, 3, 1, 2, 3… Hasta que por fin, recobré por completo la visibilidad. ¡Pero que estampa aquella con la que me tope, cuando por fin pude abrir los ojos! De pronto me encontraba sentada en otro lugar, con otra ropa, rodeada de otras personas y otros objetos. Todo estaba tan distinto. Yo estaba sentada en un gran mesa circular, cubierta por un hermoso mantel calado, entre rosa viejo y oro los hilos del mantel formaban una precioso buqué de flores, unidas por el zig zag que recorría todo el borde del mantel. 

Al centro una pequeña lamparilla iluminaba la mesa, tenía la forma de una pequeña columna cuadrada, entablerada por tres cuerpos; esta pequeña, sostenía una pantalla beige, un poco traslúcida, que le permitía trasmitir una luz cálida, la que a su vez a través del cristal cortado de las tres copas (agua, vino blanco y vino rojo), coloreaba con motitas de colores el conjunto de cucharas, tenedores y cuchillos de plata, así como la cerámica y el plaqué de la loza.

Ahí estaba yo, sentada en la obscuridad, en mesa elegantemente adornada, en el centro de lo que parecía un salón de baile; rodeada de un centenar de mesas, escasamente iluminadas, y de un montón de sombras que hablaban entre sí, bebían, comían y caminaban por todo el lugar. Todas estas mesas parecían cercadas por una arcada simple, compuesta por una docena arcos de medio punto, claves, dovelas y estribos; soportada por pilares entablerados en una sola pieza y adornados con pequeños mascarones en la parte más alta. Esta arcada parecía ser el basamento de un segundo piso repleto de balcones de palcos y galerías, adornados con bellas molduras en pan de oro.

Pasmada por la belleza, seguí recorriendo el lugar con mis ojos; hasta el momento en que una intensa luz, ilumino el movimiento de una suave cortina de terciopelo roja que se baría para descubrir un gran escenario iluminado. Al mismo tiempo que se habría aquella cortina, comenzó a sonar las cuerdas de un contrabajo, ding, ding, ding, ding… para un par de segundos después acompañarse de una voz que cantaba:

No one here can love or understand me
Oh, what hard luck stories they all hand me
Pack up all my cares and woe, here I go, winging low
Bye, bye, blackbird…

Si, era Nick Lucas (1897-1982) cantando un clásico del jazz. Y no podía dejar de preguntarme ¿cómo había terminado ahí?, en este salón de baile estilo art decó y con un cantante que había muerto antes de que yo naciera. Fue en ese recordé que te esperaba levanté mi mirada y ahí estabas a menos de cinco metros de mi, pero te veías y vestías diferente. Sombrero negro, de fieltro italiano, decorado con una grueso listón de tafetán estriado; traje gris pizarra de cachemir: chaqueta de solapas anchas, bolsillos amplios y cuadrados, grande hombreras y cintura ceñida, que acentuaba tu figura en V; chaleco sin cuello, sujeto con seis botones y decorado con dos solapas de bolsillos; camisa blanca, corbata ancha y nudo delgado, pantalón plisado con dobladillo a la valenciana, para enfatizar tus piernas largas. Por último, y para perfeccionar el “Gangster Wear”, unos zapatos Oxford color café, con detalles de punzones y punto larga.

Me apresuré a arreglar mi outfit, imaginaba que aún vestía mis jeans claros, mi blusa cerúleo y azafrán, y mis tenis blancos “enmugresidos”. Pero fue sublime mi asombro, cuando me percate, que yo también vestía diferente y seguramente me veía diferente. Intenté mirar abajo pero me topé con mis manos. No reconocía el color rojo en mi uñas ni la joyería tan brillante y fina que llevaba en mis dedos y en mi muñeca. Recorrí con las puntas de los dedos mis brazos y no podía creer la suavidad de mi piel, mis ojos estaban atónitos por lo pálido del color, tal parecía que nunca me había asoleado.

Where somebody waits for me
Sugar's sweet, so is she
Bye, bye, blackbird

Con un reojo, mi atención fue atrapada por un holán que caía de mi hombro. Sorprendida, llevé de inmediato, mis manos y mirada a mi pecho. Usaba un hermoso vestido rojo carmesí, de una fina seda que resplandecía con la lamparilla de la mesa. Mi pecho lucía un hermoso atado, que replegaba la seda al centro y se desvanecía poco a poco hasta llegar a los costados del torso, y a la parte más alta de los hombros, donde un pequeño lazo sostenía dos delgados holánes, que al caer al frente y atrás, se unían por debajo de los brazos. 

Al ver que estabas a menos de dos metros de mi, aún asombrada, me levante rápidamente de mi lugar, que ahora era una silla de madera de nogal, y vi como del asiento cayó delicadamente la cola de mi vestido, la cual evidenció que mi espalda estaba descubierta, pues los holánes y tirante sólo la cubrían de la cintura hacía abajo. Cada vez estabas más cerca, yo quería gritar para despertarme del sueño, si es que estaba en uno, o para preguntarte que sucedía. Pero en cuanto llegaste, me invitaste a sentarme, tomaste asiento, te quitaste el sombrero y comenzaste a hablar. En verdad no podía creer que hablaras y hablaras y no comentaras nada al respecto, yo estas absorta por aquel lugar, por aquella gente y sobre todo por nuestro aspecto. 

No one here can love or understand me
Oh, what hard luck stories they all hand me
Make my bed and light the light, I'll arrive late tonight
Blackbird, bye, bye

Te miré fijamente a los ojos, intentando hablarte, pero sólo conseguí que fijaras tu mirada en mi, y fue entonces, que abriste un poco más los ojos y pude verme a través de tus ojos. Las iris de tus ojos eran de un color verde aceitunado, que se degradaba poco a poco en un café obscuro que llegaba a perderse con tus pupilas. ¡Qué grandes se ven tus pupilas!, pensé. Y fue cuando perdida en esas relucientes y negras circunferencias, pude verme sentada en la banca de concreto, con un libro en mis manos.

Entrecerré mis ojos para visualizar aquella imagen, pero sólo logré que te pusieras nervioso y comenzaras a parpadear. Entre más parpadeabas, más intriga me causaban tus ojos, porque podía vernos como fotografías. Pude verte llegar a la banca, pude verte platicar, pude ver esa danza entre tus manos y las mías para expresarnos y entendernos mejor, pude ver como me mirabas, como jugueteabas y como disfrutabas con sonrisas coquetas cada palabra que te decía. Cada imagen me tranquilizaba más, como si observara un montón de filminas de una película, que reconfortaba la incertidumbre de estar en un lugar desconocido y un tiempo lejano.

Bye, bye, blackbird
Where somebody waits for me
Sugar's sweet, so is she
Bye, bye, blackbird

Un fuerte ruido me estremeció. Parecía como si se hubiera quebrado en pedazos un  cristal. Te pregunté, ¿escuchaste?, inmediatamente me contestaste, no escuche nada. No podía creer que, tan fuerte ruido pasara inadvertido. Seguiste hablando, a pesar que yo me mostraba intranquila, pero en cuanto te veía a los ojos, las imágenes regresaban y me quedaba atrapada en ellas. 

Hasta que por segunda ocasión escuche el mismo ruido, pero ahora más cerca. Te volví a preguntar y nada. Ahora si estaba segura, que no habías escuchado nada, que todo esto sólo lo podía ver y sentir yo. Mi angustia me hizo, de nuevo, fijar mis ojos, en tus pupilas, y fue cuando me di cuenta que, cada fotografía era un espejo, era la misma situación que en este sitio obscuro. Platicabas igual, tus manos se movían igual, me mirabas igual, jugabas igual, y sonreías igual. Parecía como si estuviéramos en un tiempo y en un lugar idealizado.

No one here can love or understand me
Oh what hard luck stories they all hand me
Make my bed and light the light, I'll arrive late tonight
Blackbird, bye, bye

Un tercer ruido me hizo brincar, pues está vez había sentido que aquel sonido me susurraba al oído. Estaba tan cerca que, mi sobresalto, me acercó más a ti. Pero al notar que tu seguías indiferente, intenté tocar tu brazo, pero no pude. Había algo en ti que no dejaba que acercara mi mano a menos de cinco centímetros. Mi miedo creció más y más, tanto que salí corriendo de aquel salón, dejándote, sentado, platicando y parpadeando. 

Caminé muy rápido por un pasillo largo. Mármol, blanco y negro en el piso, terracota y dorado en los muros; espejos flotando en los muros, enmarcados con un metal avejentado decorado con detalles en zig zag; en el techo lamparas pequeñas con vitrales sencillos, rodeados de plafones revestidos con planchas de contrachapado y con detalles esculturales en bajo relieve, que asemejaban una vegetación ortogonal. Y al fondo del pasillo una gran puerta de metal. Un arco de medio punto tapiado con tres piezas esculturales. Cientos de varillas verticales muy delgadas formaban aquellas piezas en la puerta que, enmarcadas por una lámina metálica, contenían la composición de lo que pareciera una montón de flores muy rectas.  

Cuando me vi cerca el final del pasillo, corrí. Use todo mi impulso para abrir la gran puerta metálica. Empujé tan fuerte que salí expulsada del lugar, para terminar parada, sobre una banqueta de concreto, frente a una calzada dividida por un paseo central adornada con árboles y plantas, setos, helechos, palmeras, robles, eucaliptos y pinos. Era hermoso, pero nada había cambiado, seguía en aquella realidad en la que todo el tiempo era de noche y no sabía como salir. 
https://www.facebook.com/RC-Fotograf%C3%ADa-748110502217641/

Desesperada por no saber cómo llegué ahí y de qué manera iba a salir. Caminé por la calzada un par de minutos, hasta que, me tope con cientos de luciérnagas que titilaban y volaban ansiosas. Parecía como si un muro bloqueara su camino. Fue impresionante ver, como su vuelo iba y venía, siempre intentando atravesar aquello que las detenía. Su insistencia me obligó a acercarme, estire mis brazos y metí mis manos con mucho cuidado para no lastimar a tan bellos bichitos. Y efectivamente, no podía atravesar aquella cortina, muro, o lo que sea que fuera. Era algo tan sólido que nos mantenía ahí.

Caminé alrededor del obstáculo para buscar una salida y pude ver que había terminado prisionera en un gran cubo de cristal, por el cuál, podía ver la calzada rodeada de un montón de edificios preciosos y en sus ventanas pude ver fotografías oscilantes de mi vida. Giraba 180º en mi propio eje, de izquierda a derecha, asombrada por el montón de imágenes que podía ver travez de los cristales. 
https://www.facebook.com/RC-Fotograf%C3%ADa-748110502217641/

Los edificio del lado izquierdo me mostraban, a mi papá y mamá, antes de que yo naciera y durante mi infancia, a mis hermanas durante mi infancia y adolescencia, y a mi misma, durante toda mi vida, hasta hoy; mientras que los edificios del lado derecho me mostraron otra yo, una mujer más adulta, con personas desconocidas, o ya conocidas, pero, con edad más avanzada. Me mostraba a mi en otras ciudades, en otros lugares, haciendo cosas impresionantes. 

Fascinada con las imágenes que veía a mi alrededor, giré para ver el camino que había recorrido para llegar hasta ahí, pero había una densa niebla que no me permitía ver. Comencé a manotear y a caminar hacía el frente, pensado que así se disiparía la niebla y podría acercarme a ver que había detrás, pero algo en el suelo me hizo tropezar. Era mi diario dentro de una bolsita amarilla, y mi pluma fuente favorita, esa que hace unos años me había regalado mi papá. En ese momento, saque el diario y con ayuda del separador, lo abrí. Lo último que había escrito era: “… y me quedé esperándote…”

Enojada y llena de ira por las palabras que había leído, me puse de pie y seguí manoteando, hasta que comenzó a disiparse la niebla y pude verme. Seguía esperando, sentada en aquella banca de concreto, pero ahora, la luna iluminaba mi cara y el frió me helaba las mejillas. Los arboles estaban más frondoso, pero el lugar parecía abandonado. Y a mi, me había llegado el invierno. Ya era una anciana, llena de desesperanza y despojada de energía; mi piel ya no era firme y se me había borrado la sonrisa. Me había abandonado por años en aquel lugar, esperando a que llegaras y nunca te apareciste. En ese momento, comencé a caminar hacía atrás, mis ojos se llenaron de lagrimas y mi mente de un montón de preguntas. ¿Porqué me quedé esperando?, ¿por qué no me canse de espera?, ¿qué esperaba realmente?, ¿porqué me abandone en esta eterna espera?…

Seguí cuestionándome y caminando hacia atrás, con la bolsa amarilla y el diario en mis manos y pude ver como me hundía en una cortina de miles de luces titilantes que pertenecían a las luciérnagas. Oía suaves murmullos y percibía deliciosos olores, que me ayudaron a serenarme; hasta que no pude dar un paso más. Había topado con el cristal que completaba el cubo de cristal, y el cual, buscaban atravesar, con desesperación, los bichos voladores. Di la vuelta y al ver a través del cristal, reconocí el lugar en donde estaba parada. Aquella calzada, es la que engalana la calle Tamaulipas y los edificios, son la arquitectura art decó y colonial californiano, que decoran la esquina con Campeche, así como muchas otras calles de la colonia Hipódromo Condesa, en la ciudad de México.

De pronto vi que se acercaba otra yo. Una más parecida a la que había visto en el espejo por la mañana. Cabello lacio y suavemente maquillada. Vestida con pantalón negro de mezclilla, blusa gris de tirantes y mocasines multicolor, rojo, azul y café; un saco de lana “estilo Inglés”, tejido entre colores café, negro, gris y blanco, hombros ajustados y sin relleno, solapas estrechas en pico, cintura entallada, bolsillos con solapa y doble abertura en la parte baja trasera. Corría apresurada con una bolsa negra en la mano izquierda y unas llaves en la mano derecha. 

Cruzó la calle hasta la calzada donde yo estaba y cuando estaba parada frente a mi volteo a ver si no venía algún carro. La tenía a menos de dos centímetros de mi, pero parecía que podía verme. Podía sentir su aliento y su corazón latiendo. Podía ver sus ojos, llenos de alegría, pasión y confianza. Su cara estaba sonrojada por la agitación que le causaba correr pero se veía radiante. Intente gritar y golpear el vidrio pero no pudo escucharme, paso de largo y se metió a un edificio que tenía un letrero: CHAARM by 42. 

Seguí golpeando y gritando sin obtener nada. La gente pasaba y pasaba y nadie podía escucharme. Hasta que me cansé y decidí sentarme. Después de unos minutos de estar sentada, llorando de impotencia, se cayó de la bolsa amarilla, mi pluma fuente, la recogí y la estuve viendo por unos minutos, pensando en todo lo que no había hecho por esperar. Esperar a una mujer que nunca volvió, esperar una mirada que nunca se dio, esperar un reencuentro que nunca sucedió, esperar una llamada que nunca sonó, esperar un mensaje que nunca llegó, esperar el beso que nunca me dio. Molesta, pensando en todo lo que había esperado y no había llegado, fue que tuve una gran idea. Abrí el diario, destape mi pluma. Y después de las palabras “… y me quedé esperándote…” escribí: “hasta que llegue por mi, me ayudé a levantar mis cosas, me sacudí y nos fuimos juntas”.

En ese momento entendí aquel ruido que me asusto en el salón, porque los cristales que me tenían capturada, cayeron, provocando un ruido estridente semejante al que había escuchado unas horas atrás. Tal parece que aquella realidad obscura se estaba formando de las imágenes en mi pasado, que servían de excusas para seguir viéndome, sólo a través del brillo de tus ojos, idealizando un futuro que no quería y que no era para mi. Porque lo que yo quería verdaderamente me daba miedo y preferí a quedarme esperando a todo y a todos para no asumir la responsabilidad de mi presente y tomar acción para mi futuro.

Cuando vi tirados los pedazos de cristal, sentí un fresco alivió. Me levante, seque mis lagrimas con mis dedos y de inmediato corrí al lugar donde había entrado mi otra yo. Cuando entre, vi a mucha gente desconocida. Seguí caminando y me vi subiendo las escaleras. Me aferré a la idea de que sería esa con el “saco ingles”, así que tome vuelo y corrí hacia la escaleras, hace un brinco y me metí en su cuerpo. De inmediato me vi dentro de ella, podía ver a través de sus ojos y podía sentir a través de su piel. Mucha gente me abrazaba y mucha gente estaba contenta de verme. 


Gracias a mi gran amigo Luis Miguel Tapia Beltran, que con su amistad y sabiduría me llevó a descubrir el papel en blanco que es la vida y la responsabilidad de escribir mi propia historia. LOVE YOU <3










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